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20 d’octubre del 2019

MIRALL: UN PROGRAMA PARA EL ABORDAJE DE LA VIOLENCIA FILIO-PARENTAL CON ADOLESCENTES EN LIBERTAD VIGILADA Y SUS FAMILIAS


MIRALL: a program for the approach in child-to-parent violence with adolescents in juvenile probation and their families

Authors: Jordi Burcet i Solé, Federico Diego Espuny & Josep Vallés Herrero


MIRALL (“espejo” en catalán), es un programa para la intervención directa con jóvenes y sus familias que han sido denunciados por violencia familiar y que están cumpliendo medidas de JUSTICIA JUVENIL,  está elaborado ad hoc, a partir de las necesidades detectadas a través de la aplicación del SAVRY, en el que han participado 72 jóvenes y sus progenitores, así como 4 monitores (voluntarios rehabilitados), en  siete ediciones, y en cuatro años (2014-2018). MÉTODO Se trata de una investigación – acción, basada en las buenas praxis en justicia juvenil y realizada directamente por profesionales, con asesoramiento de expertos universitarios y que, ante el reto de carecer de herramientas adaptadas para dar una respuesta educativa a este nuevo perfil delictivo, ha elaborado y evaluado el programa.  RESULTADOS Las cuatro primeras ediciones (2014-16), con los correspondientes grupos con 41 participantes  han permitido elaborar un programa que ha constatado la reducción de la violencia familiar tras haberlo concluido y una valoración positiva por parte de los participantes y evaluadores externos que acredita su aplicación en 2017 y 2018 y también su difusión través del CEJFE (Centre d’Estudis Juridics i Formació Especialitzada de la Generalitat de Cataluña).  DISCUSIÓN  Se continúa aplicando el programa ya que se ha demostrado eficaz  aunque debe continuar valorándose


ABSTRACT: MIRALL ("mirror" in Catalan), is a program for direct intervention with young people and their families who have been denounced for family violence and who are complying with measures of JUVENILE JUSTICE, is prepared ad hoc, based on the needs identified through the application of SAVRY, in which 72 young people and their parents have participated, as well as 4 monitors (rehabilitated volunteers), in seven editions, and in four years (2014-2018). METHOD This is an action research, based on good practice in juvenile justice and carried out directly by professionals, with the advice of university experts and, given the challenge of lacking adapted tools to give an educational response to this new criminal profile, has developed and evaluated the program. RESULTS The first four editions (2014-16), with the corresponding groups with 41 participants, have allowed the elaboration of a program that has confirmed the reduction of family violence after its conclusion and a positive assessment by the participants and external evaluators that accredits their application in 2017 and 2018 and also its dissemination through the CEJFE (Centre d’Estudis Juridics i Formació Especialitzada of the Generalitat of Catalonia). DISCUSSION The program continues to be applied since it has been proven effective although it must continue to be valued.

 http://www.eduso.net/res/29/articulo/mirall-un-programa-para-el-abordaje-de-la-violencia-filio-parental-con-adolescentes-en-libertad-vigilada-y-sus-familias

2 d’octubre del 2019

Nuestra energía es nuestra fuerza. Nueve estrategias de autocuidado profesional en Educación Social. Carnaval de blogs 2019 (CEESC)



Autor:  Josep Vallés Herrero Fecha publicación: 2/oct./ 2019. Día Internacional de la Educación Social 
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Este artículo pretende dibujar algunas orientaciones y estrategias para el autocuidado de los educadores o educadoras sociales que, en el ejercicio de su acción socioeducativa, faciliten su desarrollo personal y profesional.
Surgen a través de mis trabajos de investigación, de mi ejercicio profesional o de mis colaboraciones con compañeros y compañeras; ya sea desde el punto de vista académico,  como investigador y profesor tutor en diferentes asignaturas de Educación Social de la UNED  y en mis más de 30 años de ejercicio profesional como educador social en diversos contextos laborales (educación de adultos, centro abierto, servicios sociales, programa de formación inicial, etc) .
 Fotografía: Magda Bel 

Como defendí en mi tesis (2011), la acción socioeducativa que ejercemos es, básicamente, una relación de acompañamiento, debido al papel que jugamos para orientar, apoyar y ayudar  a  las  personas  a  lograr  sus  metas e integración social; y en esta relación debemos coordinarnos con otros profesionales y gestionar bien los procesos para optimizar nuestra acción profesional. Y para realizar estas difíciles, aunque bonitas funciones, debemos empoderarnos individual y colectivamente.

Únicamente con profesionales competentes y en plenas facultades conseguiremos que nuestro trabajo sea relevante y que la educación social pueda ejercer como disciplina y profesión de referencia en el bienestar de las personas, colectivos y comunidades. Y eso lo tenemos que hacer, no solo como profesionales individuales, sino también en el seno de los equipos en donde estemos ubicados y como miembros de la comunidad.
Para ser competentes  debemos esforzarnos para comprender las estrategias, dimensiones y tendencias actuales de la práctica profesional con las personas en situación de vulnerabilidad.  Para ello debemos identificar los rasgos psicopedagógicos y sociales singulares de los procesos de riesgo, desamparo, conflicto e inadaptación social y las estrategias más adecuadas de intervención, las principales funciones en nuestros contextos laborales, conocer los principales conceptos y tareas relacionados con estas prácticas y la legislación vigente que regula las situaciones de riesgo, desamparo y conflicto en nuestro país.
Es imprescindible también no olvidarnos de actualizarnos mediante lecturas sobre propuestas orientadas a conseguir la calidad y mejora de la acción socioeducativa desde diversos ámbitos profesionales a la luz de las nuevas prácticas. Finalmente merecen atención los recursos y programas comunitarios para la prevención y atención de  personas en situación de vulnerabilidad.
Autor ilustración: Ignasi Blanch    

Los niños y adolescentes, o adultos, destinatarios de los servicios sociales suelen estar en situación de conflicto social o riesgo social, es decir, con carencias en su proceso de maduración personal y socialización e incluso, en ocasiones, desamparados o maltratados, con lo que es importante partir de las características y necesidades personales para promover su adaptación social –autonomía, integración, participación– y su crecimiento personal, a partir de intervenciones personales, familiares y comunitarias, en un marco de actuación  calificado tradicionalmente de educación no formal.[1]  En la actualidad desde la educación formal o reglada también se intenta dar respuesta a estas necesidades por lo que se están reformulando los límites y los espacios de esta acción socioeducativa y se buscan consensos en ese trabajo de red que optimicen las acciones educativas individuales o  familiares y qué tipo de profesionales deben de estar.

Algunas de las nueve estrategias que a continuación planteo se inspiran en lo que yo denomino “funciones nucleares” del perfil polivalente del educador[2] y también en lo que podríamos calificar de la reflexión sobre la praxis. No podemos decir que estas estrategias sean las únicas, pero nos han sido útiles y pueden ser útiles para reducir el estrés profesional, la ansiedad o el insomnio si se aplican bien.

Nueve estrategias para marcar la frontera de una buena praxis socioeducativa[3]

1.  La importancia del vínculo en la acción socioeducativa
Nuestra intervención está destinada a facilitar apoyo individualizado y cercano que permita evitar la ruptura o el alejamiento de su entorno próximo. Adquiere gran importancia el vínculo, es decir la creación de una relación educativa que facilite a la persona ser sujeto y protagonista de su propia vida. El profesional ha de partir del convencimiento y responsabilidad de que su tarea profesional sea la de acompañar a las personas y a la comunidad a que resuelvan sus necesidades o problemas, de manera que no le corresponde el papel de protagonista en la relación socioeducativa, suplantando a los sujetos, grupos o comunidades afectadas. Por esto en sus acciones debe procurar siempre su aproximación directa hacia las personas con las que trabaja, favoreciendo en ellas aquellos procesos educativos que les permitan un crecimiento personal positivo y una integración crítica en la comunidad a la que pertenecen.

Ese vínculo debe respetar la autonomía, la dignidad y la libertad de los destinatarios de la intervención[4], de acuerdo con el código ético profesional y de una ética “cara a cara”[5] que conecta con la madurez, el equilibrio y la forma de estar en el mundo.

2. Trabajo desde la profesionalidad
Supone el sentido de la responsabilidad, competencia profesional y prudencia en la utilización de herramientas y técnicas educativas. La autoridad profesional se fundamenta en las funciones, las competencias, las formaciones recibidas. Ha de estar profesionalmente preparado/a para la utilización de métodos, herramientas educativas y tareas que utilice en su práctica profesional, así como para identificar los momentos críticos en los que su presencia pueda limitar la acción socioeducativa. Supone, en ocasiones pautar, valorar e informar  las intervenciones con el propósito principal de mejorarlas.

3. Búsqueda del interés superior del menor y de la justicia social
La actuación debe basarse en el derecho al acceso, que tiene todo ciudadano, al uso y disfrute de los servicios sociales y educativos en un marco del Estado Social Democrático de Derecho y no en razones de beneficencia o caridad. Esto exige, además, que desde el proceso de la acción socioeducativa, actúe siempre en favor del pleno e integral desarrollo y bienestar de los niños y su familia, actuando siempre en el marco de los derechos fundamentales articulados en la Convención sobre los Derechos del Niño (1989, CDN, en inglés CRC) y en virtud de los derechos humanos enunciados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1945, DUDH).

4. Respeto de la confidencialidad
Constituye una obligación ineludible para los agentes educativos guardar el secreto profesional en relación a todas aquellas informaciones obtenidas directa o indirectamente acerca de los sujetos. En aquellos casos en que por necesidad profesional se haya de trasladar información entre profesionales o instituciones, siempre debe tenerse en cuenta este principio.

5. Formarse permanentemente
Constituye un derecho y un deber, no solo en cuanto a la adquisición de conocimientos, sino también en referencia a la calidad de la acción educativa a través del análisis crítico de su experiencia. Esto significa, un proceso continuo de aprendizaje que permita el desarrollo de recursos personales que favorezcan la mejora de la acción socioeducativa.

6. Trabajar en equipo y comunitariamente
Los agentes socioeducativos trabajamos siempre insertos en equipos y en redes, de una forma coordinada, para enriquecer su trabajo. Hemos de ser conscientes de nuestra función dentro del equipo, así como la posición que ocupamos dentro de la red y saber en qué medida nuestra actuación puede influir en el trabajo del resto de los miembros, del propio equipo y de los profesionales o servicios que, dentro de una red, estarán presentes más adelante. Debemos plantearnos una actuación interdisciplinar teniendo en cuenta los criterios, conocimientos y competencias de los compañeros para que el resultado de las diferentes acciones socioeducativas con las personas sean coherentes y constructivas. También son importantes espacios de reflexión sobre la praxis.

7. Respeto institucional
Como agentes educativos debemos conocer y respetar el proyecto educativo y reglamento de régimen interno de la institución donde se trabaja. En caso de que estos contradigan los principios básicos de la profesión se deberá actuar comunicándolo al Colegio Profesional correspondiente.

8. Criterios de normalización y simplicidad en las intervenciones
En este sentido, se debe realizar el acompañamiento y la derivación correspondiente de los niños o personas vulnerables, cuando las necesidades requieran de la acción de otras prácticas profesionales. Esto quiere decir, por ejemplo, que se deben reducir peritajes innecesarios e incrementar la intervención concertada con un profesional referente que coordine las intervenciones. Se debe tender a «una actuación de vigilancia protectora con el recurso adecuado, en permanente relación con los recursos (educativos, sociales, de salud) del entorno»[6] y cuanto antes –en el tiempo– desde la escuela infantil o primaria y acabará, en los casos que lo requiera más allá de la mayoría de edad.

9. Principio de tenacidad o constancia en las intervenciones
Para Diego Espuny (2011)[7] la tenacidad es un principio dirigido a fortalecer los factores protectores que expone en la intervención con niños y en términos parecidos se manifiesta Valverde (1997)[8] cuando dice que que el educador debe aportar a la relación socioeducativa la constancia, seguridad y madurez que los niños no tienen, por su propia historia de carencias y que el mantenimiento de conductas desadaptadas, incluso después de establecer una vinculación profesional, es normal, al menos durante un tiempo. La constancia afectiva y relacional del educador, aportando su madurez en situaciones de conflicto, es la mayor garantía de éxito de la intervención.
El trabajo socioeducativo es difícil, cada niño es único y guarda dentro de sí infinidad de situaciones, sentimientos, experiencias, capacidades, emociones, recuerdos y momentos vividos, que no siempre es posible conocer, interpretar o entender a primera vista. Conviene persistir en la intervención y que se anticipe al desarrollo de más graves dificultades apoyando tanto a los progenitores como a sus sustitutos y consiga facilitar el camino ofreciendo a las figuras tutelares y a los educadores, por una parte, la información técnica suficiente acerca de los distintos modelos y corrientes psicopedagógicas más importantes y, por otra parte, las pistas que nos permitan desarrollar nuestro trabajo cotidiano con menos estrés y mayor eficacia.



[1] Autores como Jaume Trilla - La Educación no formal. Barcelona: Ceac, 1984  -, y  Gloria Perez Serrano -Pedagogía social, educación social. Madrid: Narcea, 2004 -, coinciden en varios aspectos de nuestra afirmacion con otras palabras.
[2] Vallés, J. (2014): Las funciones polivalentes del educador en nuestra sociedad. Aula Magna 2.0. CUEDESPYD. Revistas Científicas de Educación en Red. ISSN: 2386-6705.
[3] Vallés, J. (2011): La atención a menores en los Servicios Sociales de Base. En Ámbitos y estrategias en la intervención socioeducativa con menores, coord. María Senra, 13-16. Madrid: Sanz y Torres. Este libro es manual del curso de enseñanza abierta “intervención socioeducativa con menores” de la UNED.
[4] La libertad de las personas es un principio humanístico. Viktor Frankl en 1945 escribió “El hombre en busca de sentido”, donde describe la vida del prisionero de un campo de concentración desde la perspectiva de un psiquiatra. En esta obra expone que, incluso en las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, el individuo puede encontrar una razón para vivir. Aunque no siempre podemos modificar las condiciones en que vivimos, siempre somos dueños de elegir la actitud a adoptar frente a ellas, es decir,  los seres humanos conservamos siempre la capacidad inalienable de poder elegir.
[5] Sánchez-Valverde C. (20159:LA IMPORTANCIA DE LA ÉTICA PROFESIONAL EN LA FORMACIÓN DE AGENTES DE TRANSFORMACIÓN SOCIAL. In book: Libro de Actas do I Encontro Luso-Galaico da Educación Social.Edition: Santiago de Compostela: CEESG (Colexio de Educadoras e Educadores Sociais de Galicia
[6] Funes Arteaga, J. (2008). El lugar de la infancia. Criterios para ocuparse de los ninos y niñas hoy.
Barcelona: Grao, 147.
[7] Diego Espuny, F. (2011). Evaluar y auditar la protección de menores. Trobada d’Educació Social, CEESIB, 5, 7-12.
[8] Valverde, J. (1997). La cárcel y sus consecuencias. La intervención sobre la conducta desadaptada. Madrid, Ed. Popular.