Autor: Josep
Vallés Herrero Fecha publicación: 2/oct./ 2019. Día Internacional de la
Educación Social
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Este artículo pretende dibujar algunas
orientaciones y estrategias para el autocuidado de los educadores o educadoras
sociales que, en el ejercicio de su acción socioeducativa, faciliten su
desarrollo personal y profesional.
Surgen a través de mis trabajos de
investigación, de mi ejercicio profesional o de mis colaboraciones con
compañeros y compañeras; ya sea desde el punto de vista académico, como investigador y profesor tutor en
diferentes asignaturas de Educación Social de la UNED y en mis más de 30 años de ejercicio
profesional como educador social en diversos contextos laborales (educación de
adultos, centro abierto, servicios sociales, programa de formación inicial,
etc) .
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Fotografía: Magda Bel |
Como defendí en mi tesis
(2011), la acción socioeducativa que ejercemos es, básicamente, una relación de
acompañamiento, debido al papel que jugamos para orientar, apoyar y ayudar a
las personas a
lograr sus metas e integración social; y en esta
relación debemos coordinarnos con otros profesionales y gestionar bien los
procesos para optimizar nuestra acción profesional. Y para realizar estas
difíciles, aunque bonitas funciones, debemos empoderarnos individual y
colectivamente.
Únicamente con profesionales
competentes y en plenas facultades conseguiremos que nuestro trabajo sea
relevante y que la educación social pueda ejercer como disciplina y profesión
de referencia en el bienestar de las personas, colectivos y comunidades. Y eso
lo tenemos que hacer, no solo como profesionales individuales, sino también en
el seno de los equipos en donde estemos ubicados y como miembros de la
comunidad.
Para ser competentes debemos esforzarnos para comprender las
estrategias, dimensiones y tendencias actuales de la práctica profesional con las
personas en situación de vulnerabilidad.
Para ello debemos identificar los rasgos psicopedagógicos y sociales
singulares de los procesos de riesgo, desamparo, conflicto e inadaptación
social y las estrategias más adecuadas de intervención, las principales
funciones en nuestros contextos laborales, conocer los principales conceptos y
tareas relacionados con estas prácticas y la legislación vigente que regula las
situaciones de riesgo, desamparo y conflicto en nuestro país.
Es imprescindible también no olvidarnos
de actualizarnos mediante lecturas sobre propuestas orientadas a conseguir la
calidad y mejora de la acción socioeducativa desde diversos ámbitos
profesionales a la luz de las nuevas prácticas. Finalmente merecen atención los
recursos y programas comunitarios para la prevención y atención de personas en situación de vulnerabilidad.
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Autor ilustración: Ignasi Blanch |
Los niños y adolescentes, o adultos,
destinatarios de los servicios sociales suelen estar en situación de conflicto
social o riesgo social, es decir, con carencias en su proceso de maduración personal
y socialización e incluso, en ocasiones, desamparados o maltratados, con lo que
es importante partir de las características y necesidades personales para
promover su adaptación social –autonomía, integración, participación– y su
crecimiento personal, a partir de intervenciones personales, familiares y
comunitarias, en un marco de actuación calificado tradicionalmente de educación no
formal.[1] En la actualidad desde la educación formal o
reglada también se intenta dar respuesta a estas necesidades por lo que se
están reformulando los límites y los espacios de esta acción socioeducativa y
se buscan consensos en ese trabajo de red que optimicen las acciones educativas
individuales o familiares y qué tipo de profesionales deben de estar.
Algunas de las nueve estrategias que a
continuación planteo se inspiran en lo que yo denomino “funciones
nucleares” del perfil polivalente del educador[2] y también
en lo que podríamos calificar de la reflexión sobre
la praxis. No
podemos decir que estas estrategias sean las únicas, pero nos han sido útiles y
pueden ser útiles para reducir el estrés profesional, la ansiedad o el
insomnio si se aplican bien.
Nueve estrategias para marcar la frontera de una buena praxis socioeducativa[3]
1. La importancia
del vínculo en la acción socioeducativa
Nuestra intervención está destinada
a facilitar apoyo individualizado y cercano que permita evitar la ruptura o el
alejamiento de su entorno próximo. Adquiere gran importancia el vínculo, es
decir la creación de una relación educativa que facilite a la persona ser
sujeto y protagonista de su propia vida. El profesional ha de partir del convencimiento
y responsabilidad de que su tarea profesional sea la de acompañar a las
personas y a la comunidad a que resuelvan sus necesidades o problemas, de manera
que no le corresponde el papel de protagonista en la relación socioeducativa, suplantando
a los sujetos, grupos o comunidades afectadas. Por esto en sus acciones debe
procurar siempre su aproximación directa hacia las personas con las que
trabaja, favoreciendo en ellas aquellos procesos educativos que les permitan un
crecimiento personal positivo y una integración crítica en la comunidad a la
que pertenecen.
Ese vínculo debe respetar la
autonomía, la dignidad y la libertad de los destinatarios de la intervención[4], de
acuerdo con el código ético profesional y de una ética “cara a cara”[5] que
conecta con la madurez, el equilibrio y la forma de estar en el mundo.
2. Trabajo desde la profesionalidad
Supone el sentido de la
responsabilidad, competencia profesional y prudencia en la utilización de
herramientas y técnicas educativas. La autoridad profesional se fundamenta en
las funciones, las competencias, las formaciones recibidas. Ha de estar
profesionalmente preparado/a para la utilización de métodos, herramientas
educativas y tareas que utilice en su práctica profesional, así como para
identificar los momentos críticos en los que su presencia pueda limitar la
acción socioeducativa. Supone, en ocasiones pautar, valorar e informar las intervenciones con el propósito principal
de mejorarlas.
3. Búsqueda del interés superior del menor y de la
justicia social
La actuación debe basarse en el
derecho al acceso, que tiene todo ciudadano, al uso y disfrute de los servicios
sociales y educativos en un marco del Estado Social Democrático de Derecho y no
en razones de beneficencia o caridad. Esto exige, además, que desde el proceso
de la acción socioeducativa, actúe siempre en favor del pleno e integral
desarrollo y bienestar de los niños y su familia, actuando siempre en el marco
de los derechos fundamentales articulados en la Convención sobre los Derechos del Niño (1989, CDN, en inglés CRC) y en virtud de los derechos
humanos enunciados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1945, DUDH).
4. Respeto de la confidencialidad
Constituye una obligación ineludible
para los agentes educativos guardar el secreto profesional en relación a todas
aquellas informaciones obtenidas directa o indirectamente acerca de los
sujetos. En aquellos casos en que por necesidad profesional se haya de
trasladar información entre profesionales o instituciones, siempre debe tenerse
en cuenta este principio.
5. Formarse permanentemente
Constituye un derecho y un deber, no
solo en cuanto a la adquisición de conocimientos, sino también en referencia a
la calidad de la acción educativa a través del análisis crítico de su
experiencia. Esto significa, un proceso continuo de aprendizaje que permita el
desarrollo de recursos personales que favorezcan la mejora de la acción socioeducativa.
6. Trabajar en equipo y comunitariamente
Los agentes socioeducativos
trabajamos siempre insertos en equipos y en redes, de una forma coordinada,
para enriquecer su trabajo. Hemos de ser conscientes de nuestra función dentro
del equipo, así como la posición que ocupamos dentro de la red y saber en qué
medida nuestra actuación puede influir en el trabajo del resto de los miembros,
del propio equipo y de los profesionales o servicios que, dentro de una red,
estarán presentes más adelante. Debemos plantearnos una actuación
interdisciplinar teniendo en cuenta los criterios, conocimientos y competencias
de los compañeros para que el resultado de las diferentes acciones
socioeducativas con las personas sean coherentes y constructivas. También son
importantes espacios de reflexión sobre la praxis.
7. Respeto institucional
Como agentes educativos debemos
conocer y respetar el proyecto educativo y reglamento de régimen interno de la
institución donde se trabaja. En caso de que estos contradigan los principios
básicos de la profesión se deberá actuar comunicándolo al Colegio Profesional correspondiente.
8. Criterios de normalización y simplicidad en las
intervenciones
En este sentido, se debe realizar el
acompañamiento y la derivación correspondiente de los niños o personas
vulnerables, cuando las necesidades requieran de la acción de otras prácticas profesionales.
Esto quiere decir, por ejemplo, que se deben reducir peritajes innecesarios e
incrementar la intervención concertada con un profesional referente que
coordine las intervenciones. Se debe tender a «una actuación de vigilancia
protectora con el recurso adecuado, en permanente relación con los recursos
(educativos, sociales, de salud) del entorno»[6] y cuanto
antes –en el tiempo– desde la escuela infantil o primaria y acabará, en los
casos que lo requiera más allá de la mayoría de edad.
9. Principio de tenacidad o constancia en las
intervenciones
Para Diego Espuny (2011)[7] la
tenacidad es un principio dirigido a fortalecer los factores protectores que
expone en la intervención con niños y en términos parecidos se manifiesta
Valverde (1997)[8]
cuando dice que que el educador debe aportar a la relación socioeducativa la
constancia, seguridad y madurez que los niños no tienen, por su propia historia
de carencias y que el mantenimiento de conductas desadaptadas, incluso después
de establecer una vinculación profesional, es normal, al menos durante un
tiempo. La constancia afectiva y relacional del educador, aportando su madurez
en situaciones de conflicto, es la mayor garantía de éxito de la intervención.
El trabajo socioeducativo es
difícil, cada niño es único y guarda dentro de sí infinidad de situaciones,
sentimientos, experiencias, capacidades, emociones, recuerdos y momentos
vividos, que no siempre es posible conocer, interpretar o entender a primera
vista. Conviene persistir en la intervención y que se anticipe al desarrollo de
más graves dificultades apoyando tanto a los progenitores como a sus sustitutos
y consiga facilitar el camino ofreciendo a las figuras tutelares y a los
educadores, por una parte, la información técnica suficiente acerca de los
distintos modelos y corrientes psicopedagógicas más importantes y, por otra
parte, las pistas que nos permitan desarrollar nuestro trabajo cotidiano con
menos estrés y mayor eficacia.
[1] Autores como Jaume Trilla - La
Educación no formal. Barcelona: Ceac, 1984
-, y Gloria Perez Serrano -Pedagogía social, educación social.
Madrid: Narcea, 2004 -, coinciden en varios aspectos de nuestra afirmacion con
otras palabras.
[3] Vallés, J. (2011): La atención a menores en los Servicios Sociales de
Base. En Ámbitos y estrategias en la
intervención socioeducativa con menores, coord. María Senra, 13-16. Madrid:
Sanz y Torres. Este libro es manual del curso de enseñanza abierta
“intervención socioeducativa con menores” de la UNED.
[4] La libertad de las personas
es un principio humanístico. Viktor Frankl en 1945 escribió “El hombre en busca de sentido”,
donde describe la vida del prisionero de un campo de concentración desde la
perspectiva de un psiquiatra. En esta obra expone que, incluso en las
condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, el individuo puede
encontrar una razón para vivir. Aunque no siempre podemos modificar las condiciones
en que vivimos, siempre somos dueños de elegir la actitud a adoptar frente a
ellas, es decir, los seres humanos
conservamos siempre la capacidad inalienable de poder elegir.
[6] Funes Arteaga, J. (2008). El lugar de la infancia. Criterios para
ocuparse de los ninos y niñas hoy.
Barcelona: Grao, 147.
[7] Diego Espuny, F. (2011).
Evaluar y auditar la protección de menores. Trobada
d’Educació Social, CEESIB, 5,
7-12.
[8] Valverde, J. (1997). La
cárcel y sus consecuencias. La intervención sobre la conducta desadaptada.
Madrid, Ed. Popular.